La comunidad de los Siervos de Jesús surge del intercambio de las inquietudes de tres jóvenes que, desde sus distintas experiencias de fe en el seno de la Iglesia Católica, sintieron la llamada de Dios a vivir su vocación cristiana de un modo concreto y cotidiano. Les urgía la necesidad de intensificar su seguimiento de Cristo compartiendo sus experiencias de fe y caminando juntos tras las huellas del Señor. En la búsqueda del modo más adecuado para expresar esta vocación ofreciéndola a otros jóvenes que pudieran sentirse llamados, pidieron a Dios en oración una palabra que iluminara dicho anuncio, recibiendo el texto de 1Cor 2, que se convertirá en la lectura de la Comunidad, ya que destaca los elementos esenciales de la Comunidad de los Siervos de Jesús: la primacía de la experiencia de Dios como fuente de toda la vida cristiana por encima de cualquier reducción a lo teórico y formal; la experiencia de la propia debilidad y de la providencia de Dios, nuestro Padre; Jesucristo como origen, guía y meta de la Comunidad; el Espíritu Santo como artífice de la Comunidad y de la vida cristiana de sus miembros.
El 13 de agosto de 1985 tiene lugar en la casa de ejercicios de la Inmaculada del Puerto de Santa María una convivencia en la que nace como tal la Comunidad, que con posterioridad recibirá el nombre de Siervos de Jesús. En ella se nombró el primer responsable anual, se formaron los primeros grupos en torno al trípode PIEDAD - FORMACIÓN - ACCIÓN y surgió un primer esbozo de Ideal, en el que destacaba el deseo de la santidad, la docilidad al Espíritu Santo, la valentía en el testimonio cristiano, el amor a la praxis cotidiana de la fe, la importancia de la oración y los sacramentos, y la corresponsabilidad de todos los miembros de la Comunidad. Ante el largo, difícil y apasionante camino que quedaba por recorrer la palabra clave del Señor en esta convivencia ( y que aún hoy conserva su valor) fue PACIENCIA. Inmediatamente, buscamos la asistencia de un consiliario y encontramos la excelente disposición del P. Miguel Vallecillo, O.F.M., que durante años llevó a cabo dicha tarea con generosidad y prudencia, y a quien siempre estará profundamente agradecida esta Comunidad.
Desde
entonces y a través de estos años, la Comunidad ha sufrido diversas
vicisitudes, momentos de gloria y de miseria, de alegrías y de dificultades, ha
evolucionado y crecido, tiene nuevos miembros, pero siempre desde la firme
voluntad de ser fieles a nuestro Ideal, fuente, camino y meta de nuestros pasos
como concreción de la voluntad de Dios, en nuestra vida como comunidad
cristiana que pretende el seguimiento de Jesucristo dentro de la Iglesia
Católica por la fidelidad al Evangelio. A continuación haremos referencia
algunos aspectos destacables a lo largo de nuestro camino comunitario.
Desde
el principio pudimos descubrir como uno de los pilares de la Comunidad era la
perseverancia, imprescindible en toda obra llamada a perdurar en el tiempo.
Nuestra intención fue siempre vivir juntos la inmensidad del amor de Dios a lo
largo de nuestra vida, por lo que a veces hemos hablado de “envejecer juntos”
en la fe. Sin embargo, esta perseverancia no ha sido siempre fácil, ya que es
un don de Dios que precisa de la respuesta del hombre, criatura débil y a
menudo voluble. El hecho de que en los primeros años todos los miembros de la
Comunidad fuéramos jóvenes favorecía el entusiasmo, la frescura y el idealismo
propio de esos años, pero también comportaba el inconveniente de la
inconstancia y la inestabilidad de una época en la que, además de la lógica
inmadurez, influyen decisivamente los múltiples cambios (afectivos, educativos,
laborales, etc.) tan necesarios en esa etapa de la vida. De este modo, por la
Comunidad han pasado muchas personas, en su gran mayoría jóvenes, de los cuales
algunos han continuado luego su vinculación eclesial y otras desgraciadamente
no. No obstante, en ella continuamos
bastantes miembros que hemos atravesado dentro de ella todas esas vicisitudes
propias de la edad juvenil. De la Comunidad ha surgido una vocación a la vida
contemplativa, otra al sacerdocio ministerial y muchas a formar familias cristianas,
de ahí que nuestros niños sean hoy para nosotros un precioso fruto de la
Comunidad y un signo evidente de la bendición del Señor.
Otra característica de nuestra Comunidad a lo largo de todos estos años
ha sido su gran inquietud por vivir una auténtica comunión eclesial, de ahí que
a los pocos años de comenzar nuestra andadura nos presentáramos al obispo de
nuestra diócesis de Asidonia-Jerez, que nos impartió su bendición y nos exhortó
a perseverar en nuestra vocación sin descuidar la necesaria comunión con
nuestros pastores. Por otro lado, la relación con otros miembros de la Iglesia,
ya pertenecieran al clero, a la vida consagrada o al laicado, ha sido
constante. Este contacto con tan gran variedad de modos de vivir el Evangelio
en la Iglesia ha significado para la Comunidad una fuente inagotable de
riqueza, de tal modo que hemos aprendido de todos ellos y hemos adoptado
orientaciones, metodologías y
soluciones que hemos observado en
otras realidades eclesiales y que nos han resultado muy válidas. En esto
consiste la grandeza de la Iglesia y el tesoro de los carismas.
Este mismo espíritu de respeto a la variedad de los carismas a nivel de
la propia Comunidad ha supuesto una gran riqueza y una garantía de la libertad
de acción del Espíritu Santo en cada hermano. Muy pronto nos dimos cuenta de
que la comunidad debe animar al surgimiento de los carismas, pero no debe
forzar nunca su aparición, del mismo modo que tampoco ha de buscarse la
uniformidad en el compromiso pastoral y caritativo de sus miembros. Es
necesario mantener en todo momento un clima favorable para el discernimiento de
nuestro lugar en la acción misionera de la Iglesia con el apoyo de la Comunidad
pero sin sentirnos presionados por ella. Sin embargo, en nuestro seguimiento
del Señor hemos ido descubriendo algunos carismas comunitarios que poco a poco
han ido consolidándose y convirtiéndose en señas de identidad de los siervos de
Jesús. Así, la animación litúrgica a través de las moniciones, la proclamación
de la Palabra y los cantos litúrgicos nos ha permitido celebrar eclesialmente
nuestra fe y poner nuestros dones al servicio del pueblo de Dios. También
nuestra colaboración con Manos Unidas ha sido una hermosa oportunidad de
desarrollar la opción de Cristo por los pobres, tanto a través de los hermanos
que pertenecen a ella como voluntarios como del conjunto de la Comunidad que ha
venido colaborando en aquellas actividades para las que se ha solicitado su
ayuda.
Nuestra vinculación con el convento de las M.M. Concepcionistas
Franciscanas ha sido un verdadero regalo del Señor. En él hemos experimentado
momentos de gozo y de sufrimiento, de encuentros y desencuentros, de
entusiasmos y desalientos, propios de toda comunidad cristiana. Su templo (en el
que hemos ejercido tradicionalmente nuestro servicio de animación litúrgica) y
su sacristía (lugar de reunión por excelencia de nuestra Comunidad) son para
nosotros nuestra casa, de ahí el gran
agradecimiento que los siervos de Jesús sentimos hacia la comunidad de
las M.M. Concepcionistas por su excelente acogida y por permitirnos tener con
ellas tantos momentos de gran edificación espiritual. Recientemente nos hemos
integrado más plenamente en la Parroquia Mayor Prioral, con la que siempre
hemos tenido estrechos lazos y en la que pretendemos desarrollar mejor nuestra
vocación comunitaria al servicio de la Iglesia.
En
cuanto al origen del nombre, del Ideal y de los Estatutos de la Comunidad,
hemos de recordar entrañablemente al P. Francisco Juberías, O.C.M., ya
fallecido, cuya atención espiritual y orientación comunitaria fueron decisivas
para la maduración de la Comunidad. Fue él quien, persuadido de que nuestra
pequeña Comunidad era una obra de Dios, nos animó a imponerle un nombre, a
plasmar de un modo ordenado nuestro Ideal y a elaborar unos estatutos que nos
ayudaran a organizarnos adecuadamente. Siguiendo sus consejos decidimos adoptar
nuestro nombre por votación entre varias propuestas, resultando elegido por amplia mayoría el de Siervos de Jesús.
Igualmente se redactó el Ideal con una serie de puntos que, con el paso del
tiempo fueron unificándose hasta tomar la forma actual. Finalmente se creó una
comisión que redactó unos estatutos que, tras las reformas pertinentes, fueron
aprobados por la Comunidad. Sin embargo, cuando decidimos hacernos presentes en
la vida diocesana de un modo más patente solicitando el reconocimiento de la
Delegación Diocesana de Apostolado Seglar, descubrimos que con el paso del
tiempo estos estatutos resultaban poco operativos y adaptados a la realidad
comunitaria por los cambios experimentados y las nuevas necesidades surgidas en
ella. Así pues, en el verano del año 2000 la Comunidad emprendió la elaboración
de unos nuevos estatutos. En 2015, tras expandirse nuestro carisma en Colombia, fundándose una comunidad en Bogotá, se elaboraron unos nuevos Estatutos que continúan vigentes.
La
metodología de la vida comunitaria ha estado presidida siempre por una búsqueda
de disponibilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo, de tal modo que
durante bastantes años la temática de las reuniones ha surgido en las
preparaciones del grupo correspondiente como un don de Dios en la oración,
siempre fundamentada en la Escritura y en materiales pastorales, pedagógicos y
teológicos fieles al Magisterio eclesial. Desde hace algunos años sentimos la necesidad de caminar al ritmo de
la liturgia en la metodología de las reuniones con vistas a intensificar nuestra comunión eclesial y a
dotar de una cierta sistematización en el trabajo comunitario, sin perder por
ello la espontaneidad de la inspiración del Espíritu, característica de nuestro
carisma. También han sido frecuentes las revisiones de vida, en las que
reflexionamos sobre nuestra vida cristiana exponiéndola a la luz de la Palabra
de Dios y de los fundamentos de la moral católica, las oraciones comunitarias,
en las cuales hemos experimentado la presencia y la gracia del Señor que se
hace presente donde hay dos o más de sus fieles reunidos en su nombre, y los
temas de formación, en los que hemos podido cimentar de un modo más consistente
nuestra fe en el misterio cristiano.
Desde junio de 2018, con la Pascua de Cristina a la gloria del Padre en los cielos, hija y sobrina de nuestros fundadores, que se entregó a la voluntad de Dios hasta el extremo y hasta el final de su enfermedad, la Comunidad experimenta una profunda transformación a través de sus escritos y su testimonio de vida y, acogiéndose a su intercesión, ha renovado su metodología y los contenidos de sus actividades, haciéndose mucho más presente la trascendencia divina y una renovación auténtica deseo de santidad, nuestra aspiración desde los orígenes.
“Damos
gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del
pueblo santo en la luz” (Col 1, 12). Ésta es la conclusión a la que podemos
llegar los Siervos de Jesús para expresar todo lo vivido en estos años de
seguimiento comunitario de Jesucristo, nuestro Maestro y Señor, y con la
protección y el ejemplo de María, la sierva del Señor y Madre de los siervos
de Jesús, y, de su mano, de Cristina, la pequeña cierva sierva de Jesús. Al contemplar todos los acontecimientos, momentos y etapas
atravesadas juntos afirmamos sin duda que merece la pena embarcarse en esta
aventura y nos sentimos enormemente ilusionados ante el futuro que, sea cual
sea, estará presidido por la gracia del Señor que nos sostiene. A Él el honor y
la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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