CAPÍTULO II: DOS SUTILES ENEMIGOS DE LA SANTIDAD
El gnosticismo actual (36)
- Una mente sin Dios y sin carne (37-39)
- Una doctrina sin misterio (40-42)
- Los límites de la razón (43-46)
- Una voluntad sin humildad (49-51)
- Una enseñanza de la Iglesia muchas veces olvidada (52-56)
- Los nuevos pelagianos (57-59)
- El resumen de la Ley (60-62)
EL GNOSTICISNO ACTUAL
- ¿Reconoces presentes en tu vida alguno de los rasgos descritos por la Exhortación?
- ¿Qué priorizas de hecho: saber o comprometerte? ¿Cómo integras en tu vida cristiana conocimiento y acción?
- Teniendo presente la realidad de tu entorno humano y social ¿cuáles son los principales interrogantes o inquietudes que te planteas en la vida? ¿Cómo los asumes?
- ¿Puedes señalar algún aspecto concreto de tu vida - ideas, sentimientos, actitudes, compromisos – en que te sientas cuestionado por la vida de los demás?
- ¿Cómo podrías desarrollar mejor en tu vida “el principio de encarnación” tan importante en el seguimiento de Jesús? ¿Qué actitudes o iniciativas podrían ayudarte?
EL PELAGIANISMO ACTUAL
Lee los nn. 47- 59 sobre El pelagianismo actual:
1. Trata de expresar brevemente, con tus propias palabras, en que consiste el
pelagianismo actual del que habla este Capítulo de la Exhortación.
2. Repasa detenidamente los nn. 57-59.
- ¿En qué medida se dan en tu vida personal y en la de tu grupo cristiano algunas de las notas o rasgos con que se describe ese pelagianismo actual?
3. Teniendo en cuenta lo que señala el n. 50 «la falta de un reconocimiento
sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia
actuar mejor en nosotros.»
- En tu propia experiencia de vida ¿qué es lo que te ayuda a tomar conciencia de tus límites?
- ¿Cómo llegas a percibir la acción de la gracia de Dios en tu experiencia de vida? ¿Habitualmente tienes conciencia de su necesidad?
- ¿En qué proporción ocupan tu oración la petición y la acción de gracias?
¿Cómo ilumina nuestra reflexión la Palabra de Dios?
Del Evangelio según San Mateo (11, 25-30):
Entonces, Jesús exclamó: Yo te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las diste a conocer a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha encomendado mi Padre; nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y encontraréis descanso en vuestra vida. Porque mi yugo es llevadero y mi carga es ligera.